Quizás has escuchado hablar de la necesidad de desarrollar la propiocepción a través del movimiento para tener un mejor rendimiento o que te puedes desestabilizar haciendo desplantes por la falta de la misma en el cuerpo, y es que la propiocepción es la información sensorial que recibimos sobre la posición y el movimiento de nuestra propia cabeza, tronco y articulaciones. Esta información sensorial se basa en aquella que nuestro sistema propioceptivo detecta a través de la activación de los propioceptores, localizados en áreas del tejido profundo, capaces de enviar información aferente al sistema nervioso sobre dónde se encuentran nuestros segmentos corporales.

La propiocepción sirve para ser más conscientes de nuestro cuerpo, de nuestro sistema muscular y de cómo éste se comporta en el espacio.

Además, para poder mejorar nuestros ajustes dinámicos de posición estática de nuestras articulaciones mediante el movimiento en el espacio para mantener el equilibrio. Actúa sobre la regulación del control corporal en tareas de control cerrado a lenta o moderada velocidad, donde el feedback se compara con un estándar o un objetivo perseguido durante el curso de la acción, más que sobre el control concreto de la acción.

De esta forma, la propiocepción tiene un papel importante en el mantenimiento del equilibrio cuando mantenemos el apoyo sobre una pierna, o mientras caminamos lentamente en un slackline, que es una de las superficies más inestables que podemos encontrar.  Sin embargo, en aquellos procesos donde el control de los músculos en un intervalo temporal crítico es más importante, la propiocepción pierde muchísimo peso sobre el control físico.

El entrenamiento propioceptivo se debe realizar bajo el control de un profesional de ciencias de la actividad física y el deporte que sea el responsable de aportar información y manejar el control de este tipo de trabajo de los músculos, ya que es sencillo abusar de él y aplicarlo como protección a posibles futuras lesiones articulares en casos donde no es adecuado.